8/9/2024
Navego en internet desde el año 96 (sí, es el siglo pasado) y he presenciado la evolución de este medio, surfeando las diferentes tendencias y modas. Nuevos cánones de diseño, lenguajes de programación con mayor abstracción, herramientas de diseño drag & drop, metodologías destinadas a acelerar el delivery, etc. Las modas tienen un patrón en común: acaban pasando, quedan obsoletas y caen en el olvido. Son superadas por la penúltima “The Next Big Thing”. Son como una capa de sedimentos superpuestos.
Las novedades no tienen por qué ser mejores, pero son nuevas, y eso las hace interesantes. Vivimos en una sociedad ávida de cosas nuevas. Nos cansamos rápido de lo anterior, de lo viejo, de lo cotidiano. Lo anterior es rutina, y nosotros buscamos experiencias excitantes. Necesitamos nuevos estímulos. Lo nuevo siempre parece mejor, como cuando contratas a una persona, que parece ser el nuevo “mesías” hasta que lo nuevo pasa a ser antiguo; el lustre da paso a las irregularidades que todos tenemos. “La moda es aquello que pasa de moda”, decía Jean Cocteau. No le faltaba razón.
En el diseño web y de producto digital, esta evolución nos ha llevado a un exceso visual. La forma se está comiendo al fondo en la mayoría de las facetas de la sociedad, y el diseño digital es un reflejo de esto. Interfaces con mucho padding, colores llamativos, iconos personalizados, contrastes, fuentes personalizadas, animaciones y fuegos artificiales para deleite de los diseñadores. Todo ensamblado produce una sobrecarga cognitiva para el usuario.
UI web de la Home para gestionar tu dropbox
Bajo esta tendencia de diseño digital subyace la teoría que se resume en la frase “Don’t make me think, stupid”. Los diseñadores y los gestores de producto digital buscan minimizar las fricciones para el usuario, la eficiencia en el negocio. Nuestro buyer persona lo quiere todo rápido y con el mínimo esfuerzo. Mucho color, tamaños de letras grandes, botones que parecen billboards de una carretera americana, interacciones sutiles, textos persuasivos. Todo enfocado para que el usuario tenga que pensar poco y no realizar demasiadas acciones antes de conseguir el objetivo. Hemos infantilizado la relación con el usuario y creado un diseño paternalista.
Ejemplos hay muchos pero el más ilustrativo son el diseño de los procesos de check-out de un e-commerce, esa etapa en la que el usuario ya ha tomado una decisión y ha de “sufrir” el peaje de acabar la transacción que conduce al pago. Ese momento de la verdad donde la compañía se juega los ingresos. El benchmark es Amazon, que con tan solo deslizar un dedo permite realizar una compra de un producto en tu lista de deseos. Interacciones “facilonas” casi inconscientes que favorecen la compra por impulso y exacerban el consumismo. Son los signos de nuestro tiempo.
UI de las primeras versiones de Slack
Desde hace una década, el producto es un commodity y lo que marca la diferencia es la experiencia del usuario en su relación con la marca. Por “experiencia” se entiende todo contacto que tiene un usuario con un producto, marca o empresa por cualquier canal y en cualquier ubicación. Vivimos en un mundo de abundancia, y ante tantas alternativas, el usuario es el rey. Un rey más parecido a Luis XVI que a un soberano de una monarquía europea actual. Un rey al que hay que complacer, poniéndole las cosas fáciles para que no tenga que esforzarse. Todo está supeditado a este dogma. El diseño, la capa visual, el UI, es otra de las víctimas.
UI de Asana, gestor de proyectos
Cuando consulto una URL en mi navegador, veo el esqueleto, los fundamentos, la estructura. Reconozco patrones, modas, tendencias, librerías, sets de iconos, tipografías, en qué plataforma está hecha. Puedo sentir los esfuerzos del servidor descargando y renderizando una animación. Los plugins trabajando a pleno rendimiento. Es similar a conducir por tu ciudad; ves más allá de lo que hay, conduces por inercia y de forma casi inconsciente. Esas calles, esas esquinas y esos cruces son tuyos. Es lo que tiene la experiencia. Y ahora veo exceso de maquillaje.
Un maquillaje que intenta disimular defectos, ocultar arrugas, parecer alguien que no eres. Quieres agradar, quieres gustar para ser aceptado. Buscas que la primera impresión sea buena y que haya una segunda interacción. Esto son la mayoría de los productos digitales hoy en día: exceso de maquillaje para complacer. Pero es una moda, por lo que pasará. Y luego vendrá la cara limpia, el diseño brutalista sin parafernalias, el terminal sustituyendo al explorador. Todo pasa y todo vuelve.
En épocas de abundancia, de constantes inputs para capturar tu atención, menos es siempre más. Y en UI sobra más que falta.